viernes, 30 de marzo de 2012

Las metáforas del mundo on line 13

“Tecnologías de la interrupción”


http://alefalletti.files.wordpress.com/2010/12/multitasking.jpg

Este marzo fue el mes del autorrefrito digital. He aquí otra reflexión rescatada de las profundidades binarias, aderezada con el análisis de nuevas prácticas digitales en línea de las que soy actor y observador.


Hace una semana, mientras revisaba mi correo en hotmail, apareció un anuncio en la barra vertical derecha con el siguiente enunciado: “dispárale a veinte patos y obtén tonos gratis para tu celular.” El anuncio, una animación tipo flash, muestra una serie de patos amarillos en movimiento y una mirilla para que el cazador virtual se despache a los palmípedos, de diferente tamaño de acuerdo al plano. La parte inferior de la animación, está compuesta por un contador de tiempo horizontal. Agotado el periodo, si uno no logra el objetivo, aparece un letrero que dice algo así como “inténtalo de nuevo.” Confieso que lo intenté varias veces, hasta conseguir mi meta. En la siguiente pantalla venían canciones gratis y campos para llenar y obtener tonos gratuitos para el celular. Ahí me detuve. Perdí seis minutos, aunque si el grado de dificultad hubiera sido mayor, o la posibilidad de quedarme jugando más tiempo sin pasar a una “superpromoción” resultara factible, es probable que mi tiempo de ocio se hubiera incrementado.


Hace ya varios meses, en la página de Google, apareció alrededor del logotipo un juego clásico que me trajo reminiscencias prehistóricas: packman. Podía jugarse con las flechas del teclado. Perdí dos horas e incluso olvidé los términos y el objetivo de mi búsqueda. Como el burro tras la zanahoria o algo peor.


Con AdSense y las nuevas políticas de privacidad de Google, toda esta basura distractora nos sumerge en un “ecosistema de tecnologías de la interrupción”, según las palabras del periodista Cory Doctorow, citado por Nicholas Carr en su brillante libro Superficiales y traducido por Pedro Cifuentes del original: The Shallows. What the Internet is Doing to Our Brains. Al respecto, por cierto, cabe anotar que en la primera edición en español impreso por Taurus, Cifuentes probablemente le cambió el sexo a Doctorow pues se refiere a él como la “bloguera y escritora de ciencia ficción”. Claro, cabe la posibilidad de que el error provenga del propio Carr.


El hecho es que las páginas de la red están llenas de tentaciones idiotas: test, encuestas, jueguitos, anuncios no solicitados. En los portales informativos, parece que hay un grado mayor de inteligencia, pero en sus nuevos diseños se privilegia el movimiento o la posibilidad del mismo y eso nos invita a desviar el camino del artículo que deseamos leer o la noticia que debemos consultar, a sumergirnos, en suma, en el “ecosistema de la distracción”


Reconozco que muchas horas al año las he dedicado a explorar dicho ecosistema: en los videos de youtube o los que aparecen en las páginas de varios medios que nacieron en papel y están migrando a la red. Eso me sucede sentado tras la computadora de mi casa o mi trabajo, pero si cambiara mi celular por otro con posibilidades de permanencia en línea estaría perdido. Me conozco. Sé que es lo usual y hacia allá va la tendencia. Pero a mí francamente me ponen de muy mal humor las personas que constantemente están atendiendo las necesidades de su celular, más allá de las telefónicas. El mundo en línea puede ser nauseabundo si no nos ponemos límites. Hace poco, en un artículo titulado “El gran fastidio del celular”, Román Revueltas se preguntaba en Milenio y respondía a la vez: “¿Quién sería el hombre más emancipado de la sociedad industrial avanzada o, dicho de otra manera, el individuo más libre de todo Occidente? Pues, un tipo que no necesitara tener celular, que llamara a los demás solamente cuando quisiera. Una persona que se permitiera el lujo de no recibir llamadas de nadie. Ese sujeto prácticamente no existe. Todos nos hemos vuelto esclavos. Qué fastidio.”


El articulista sólo se refería a quienes utilizan el celular para comunicarse por voz. Pero los nuevos modelos están hechos para que los usuarios, si lo desean, permanezcan en línea mientras tengan encendido el aparato.


De dos años a la fecha, existen muchísimas aplicaciones para los celulares, con los consabidos riesgos implícitos: banca en línea, reserva de vuelos, pases de abordaje, compra de boletos para cine, comunicación audiovisual, posibilidad de transmisión de archivos de audio y de video, un sinfín de juegos, acceso a las redes sociales y principalmente a Twitter que es sinónimo de celular, en fin, como reza el comercial, más lo que se acumule esta semana.


En uno de los cartones de Randy Glasbergen, viñetista que, como señalé en la entrada primigenia de este blog, aborda con sentido crítico y humorístico varios aspectos del mundo contemporáneo, y, entre ellos, la comunicación en línea y la brecha digital, se ve a un padre reclamándole a su hijo: “¡Me gasté una pasta en esta pantalla plana de 60 pulgadas y tu prefieres ver las películas en la pantalla de tu celular!” Claro, parece inconcebible pero es una práctica común que va en aumento gracias a la portabilidad del aparato. De hecho la frase Clinton ya circula por ahí adaptada a los dispositivos móviles: “¡Es el celular, estúpidos!”


Estar mucho tiempo en línea me distrae o hace que pierda mis objetivos centrales, soy presa fácil de los cebos digitales. Por eso procuro pintar mi raya cada vez que abro un navegador o mi correo electrónico y descubro “novedades” de las que me da flojera enterarme: Perengana ahora es amiga de Zutano, Petra tiene una nueva imagen que mostrar, Pancho publicó una nota en su perfil, Mengano me invita a unirme a su perfil en Facebook; si a eso le sumamos las vergonzantes cadenas que amigos con grados de doctorado me envían para que le rece plegarias a la virgen de Fátima sopena de arder perennemente en las llamas del infierno o las que dan cuenta de los peligros de un virus que hará estallar mi máquina en mil pedazos o las que me dicen que construya un refugio antinuclear por aquello de las profecías mayas, podrán intuir que mi relación con la digitalidad permanece en un margen de incertidumbre y ambigüedad; de forzado utilitarismo.


Pero no todo es queja ni desasosiego en mi relación con el mundo en línea. Prueba de ello es este blog en el que recuperé una entrevista con Edgard Morín y subí una charla que me sigue gustando con Raúl Trejo Delabre, El Homo Informáticus, término probablemente acuñado por Roman Gubern. Se trata de una larga conversación a propósito de los dilemas que nos plantean las nuevas formas de comunicación que se tejen en torno a la red y para las que no hay vuelta de hoja, gústenos o no.

Nota: el contenido de estas páginas  puede utilizarse en otros contextos siempre y cuando se cite al autor, se vincule la dirección si se trata de entornos de red o se cite la fuente cuando se trate de otros formatos. David Gutiérrez Fuentes.

viernes, 23 de marzo de 2012

Las metáforas del mundo on line (12)

La ley SOPA y el acotado apagón digital


El discutido, por sus siglas en inglés, proyecto de ley SOPA (Stop Online Piracy Act) promovido en el Congreso norteamericano por legisladores conservadores, ha dividido las opiniones. Aunque los usuarios de internet, estoy seguro, estamos en su mayoría en contra de esta propuesta, vale la pena reflexionar en lo que representa una disputa que trasciende lo legal y en la que, de momento, debido ciertos enfoques coyunturales, pareciera que se está discutiendo simplemente un aspecto normativo relacionado con la libertad de expresión y los derechos de autor. Sin embargo no es así, el problema va mucho más allá, es complejo, como buena parte del mundo contemporáneo que tenemos que comprender de formas menos simplistas y maniqueas.

La polémica legaloide en torno a la ley SOPA (que en México tiene una réplica con un demencial proyecto promovido por Federico Döring y bautizado por los internautas como Ley Doring), es, hasta cierto punto, secundaria.

Para mí lo ilustrativo de este desencuentro es que nuevamente podemos observar, de manera muy clara, la brecha que se va ensanchando entre dos modelos dominantes de transmisión y difusión del conocimiento (o de la información, si usted lo prefiere). Aunque son burdos, estos ejemplos pugilísticos a veces resultan ilustrativos. En una esquina del cuadrilátero tenemos a internet, el multimedio que ha disminuido, recuperado, potencializado y combinando a los medios de información “tradicionales”, particularmente a la prensa y la televisión, pero también a la radio así como a la telefonía fija y celular; internet, el medio polidireccional que convirtió en profeta a McLuhan y lo puso nuevamente en las citas y los nombres de las tesis de los investigadores de comunicación. En la otra esquina, disminuidos y algunos reinventándose para no desaparecer, están los medios que quieren preservar los cotos hegemónicos que tuvieron durante el Siglo XX y que internet definitivamente les arrebató.

Leslie Daigle, directora de tecnología de Internet Society, un agrupación multirregional que tiene veinte años estudiando el desarrollo de internet desde varios ángulos de trabajo, escribió muy atinadamente a propósito de la Ley SOPA que resulta una desmesura combatir con procedimientos tecnológicos un problema cuyas raíces no son de naturaleza tecnológica.

La arquitectura de internet, su crecimiento exponencial y lo que se ha dado en llamar de manera burda como “piratería”, no puede reducirse a un asunto de bloqueos discrecionales de dominios o direcciones DNS. Como explica Leslie Daigle, el bloqueo a un artículo de Wikipedia mediante el sistema de filtrado contemplado por SOPA, estaría bloqueando millones de artículos de esta enciclopedia que, con todo y sus fallas, es un ejemplo encomiable de difusión libre y participativa del conocimiento que tiene que ser gratuito y global.

Murdoch opina lo contrario. Como buen zorro astuto no se mete con Wikipedia sino con uno de los motores de búsqueda que nos llevan a ella y comenta sin titubeos: “El líder de la piratería es Google, que permite reproducir por streaming (es decir desde la llamada nube) películas gratis [y] vende anuncios sobre ellas”. El propietario de News Corporation abrió una cuenta en Twitter, compañía opuesta a SOPA, y se le vio muy activo defendiendo anquilosados modelos de comunicación a través de sus tuits.

Pero, cuidado, el hecho de que compañías como Google, Facebook o Twitter (lugar aparte para Wikipedia), se opongan a la ley SOPA porque los flujos de información se verían seriamente afectados si entrara en marcha en los términos planteados, no implica que esos monopolios sean la panacea de una verdadera sociedad del conocimiento. Son herramientas, punto. Y, ojo, no siempre moldeadas por los usuarios. La tecnología no es neutra. Google prioriza las búsquedas a partir de criterios misteriosos pero que cada vez se encuentran más relacionados por lo menos con dinero, Facebook, lo dijo Assange, es la creación de un individuo que ya lucró con los datos de sus usuarios y a Twitter se le ha acusado más de una vez de “colaboracionista”. El que por razones coyunturales estos monopolios se encuentren en esta polémica del lado de la libertad de expresión, no debe cegarnos al grado de convertirnos en sus panegiristas. Son monopolios. Así hay que verlos.

Nota: el contenido de estas páginas  puede utilizarse en otros contextos siempre y cuando se cite al autor, se vincule la dirección si se trata de entornos de red o se cite la fuente cuando se trate de otros formatos. David Gutiérrez Fuentes. El video que le da complemento a la nota está disponible en Youtube.

jueves, 22 de marzo de 2012

Las metáforas del mundo on line (11)

Monopolios y empresas nacionales: Google maps vs Guía Roji

Uno de los recuerdos más nítidos que tengo de mi infancia y mi niñez, es el enorme mapa de la Ciudad de México y la zona metropolitana que colgaba invariablemente de la oficina de mi papá. Cuando era niño no comprendía muy bien la manera en la que interpretaba ese extraño plano dividido por celdas a las que les correspondía una ubicación alfanumérica. Lo que no se me olvida es que con un círculo verde encerraba el lugar en el que se ubicaba nuestra casa. Más de una vez me cargó y me dijo señalando la zona marcada: “mira, aquí vivimos”.

Mi papá tenía un extraordinario sentido de la orientación que afortunadamente le heredé. Cuando salíamos de viaje siempre llevaba consigo un mapa extendible, gracias a él, conocimos muchos lugares de la República Mexicana a través de sus innumerables autopistas, carreteras y senderos. Me llevó algún tiempo entender por qué mi padre le llamaba Guía Roji a su cartografía de pared o desplegable.

Cuando salí de cuarto año, gracias al círculo verde y a un aburridísimo verano que no pudimos salir de vacaciones, develé dos misterios: las claves para descifrar los mapas de mi padre, y la procedencia de los términos Guía Roji. A partir de ese momento, mi relación con la empresa que fundó, ahora lo sé, Joaquín Palacios Roji Lara (lo que explica, por supuesto, el origen del nombre) tuvo muchas facetas.

Lo primero que debo destacar es que mi acercamiento, e incluso el de mi padre, hacia la cartografía Roji, parte de los parámetros establecidos por los hijos del fundador (Joaquín y Agustín) que tomaron las riendas de la empresa desde 1962. Aunque Joaquín, de acuerdo a una nota de Soy Entrepreneur firmada por Daniela Clavijo, ya se retiró.

Una ciudad mutante como la nuestra, le ha servido de incentivo a los editores de la Guía Roji para mantener su cartografía permanentemente actualizada. No sólo eso, antes del advenimiento de Internet, las ediciones en papel (aunque más tarde también ofrecieron formatos digitales como CD, DVD, acceso a su base de datos por red y un GPS libre de rentas mensuales) atravesaron por una multiplicidad de presentaciones adaptadas a formatos de bolsillo, cuadernos grandes con secciones desplegables, mapas de pared o ediciones conmemorativas; formas novedosas en las que los socios de la firma alimentan el mercado nacional y turístico de manera puntual, ingeniosa e incluso humorística.

Por ejemplo, para muchos de nosotros es muy satisfactorio recordar que una serie de portadas muy asertivas de la Guía Roji, tiene como punto de partida la viñeta de un monitor que conduce del brazo a un individuo con los ojos vendados por las calles de las ciudades o carreteras del país. Por cierto, a manera de anécdota, quiero comentar que un buen amigo mío que compró una Guía Roji, descubrió con satisfacción que en la portada de 2008 estaba referenciada nada menos que la calle donde vive: Benvenuto Cellini. Esa edición pasó a formar parte de su colección particular gracias a la casualidad que a veces nos depara agradables sorpresas.

Con Google maps, más otros sistemas de geolocalización satelital, es obvio que la relación de los usuarios de la Guía Roji en sus múltiples formatos impresos y digitales se modificará drásticamente porque está enfrentando la competencia de un monopolio global con recursos multimillonarios. La vista aérea, satelital o híbrida y en 3D, más las fotografías de calle de buena parte del Distrito Federal y otras ciudades de México (aparte de marcar una invasión a la privacidad que en otros países está prohibida y aquí ni siquiera se discute), establece una ventaja visual que además ofrece muchas otras aplicaciones en la red. Y aunque la empresa mexicana con ochenta años en el mercado ya se había enfrentado a la competencia desleal en varios frentes, sobre todo en el terreno de la edición pirata, ante Google maps es muy probable que inicie con una espiral de decrecimiento. Desearía equivocarme, pero así lo veo por el momento.

Para justificar mi pesimismo, cito una reveladora discusión en un foro de la red en la que sobresale un acendrado malinchismo que, aunado al desdén con el que el gobierno trata al empresariado nacional, nos ofrece una visión panóptica de un problema cultural, político y económico.

Título de la nota: “¿Adiós a la Guía Roji? Google maps con calles de México”

Comentario 16 de fgsds: “¿Adiós a la Guía Roji? ¿y de dónde crees que sacó Google la información, sino del monopolio de la Guía Roji? Ya quisiera ver de Google haciendo el trazado de calles desde CERO.”

Comentario 43, respuesta de Chocho a fgsds: “¿Para que crees que tiene Google el satélite GeoEye-1?, Guía Roji podrá ser líder en mapas en México, pero Google tiene 100 mil millones de dólares a su disposición y no se tentará el corazón al destronar a la Guía Roji.”

Eso es México, la globalización y los monopolios digitales que, aunque ciertamente son útiles, muchos tontos abrazan de manera acrítica.

Nota: el contenido de estas páginas  puede utilizarse en otros contextos siempre y cuando se cite al autor, se vincule la dirección si se trata de entornos de red o se cite la fuente cuando se trate de otros formatos. David Gutiérrez Fuentes. La fuente gráfica de esta entrada es la portada de la Guía Roji 2005 y proviene de http://www.porrua.com/imagenes/codbarm/m9789999110051.jpg

sábado, 3 de marzo de 2012

Las metáforas del mundo on line (10)


Tenía años que no me paraba por aquí en mi calidad de editor hipertextual de engendros de mi cosecha. Después de quince meses me pareció que un buen pretexto para reaparecer en escena era dar a conocer un cuentito al que titulé Lo que natura no da, silicona sí presta, en clara paráfrasis a la famosa frase vinculada a la universidad de Salamanca. El cuento nació de un e-fragmento hecho a partir de dos colaboraciones publicadas en mi columna semanal en el diario Crónica de hoy, a las que les faltaba un poco más de elaboración y fantasía para que abandonaran la inmediatez del periodismo. Los materiales primarios surgieron de una famosa historia de implantes mamarios hechos con silicón industrial y toda la sevicia que hay en torno al caso.

Con respecto al blog, y antes de entrar en la materia del cuento, confieso que han pasado muchas cosas en el camino que conviene desglosar muy brevemente, en virtud de que el experimento que me propuse en la primera entrada del blog sigue vigente. En otras palabras, desde la apertura de este foro, a la fecha, hay cinco aspectos que debo comentar antes de darle paso a mi cuento.

1) Es terriblemente frustrante que dada la volatilidad con la que muta la red, aproximadamente 30 por ciento de los vínculos de mis entradas se hayan perdido o transmutado en otros contenidos semánticos. Es tarea de locos actualizar permanentemente los vínculos mutantes. Quizá cuando se trata de algunas imágenes valga la pena. Pero en la mayoría de los casos, lo mejor es, sin volvernos esclavos del enlace, suprimir los que hayan perdido significado o conduzcan a callejones sin salida.

2) Derivado de esa experiencia me conforta afirmar que mis textos pueden leerse muy bien sin los hipervínculos, pues son relativamente independientes.

3) Esa idea que no es mía y que compara al hipervínculo con un pie de página, me gusta. Un texto, aunque habite en la red, debe defenderse solito: tanto en su gramática interna, como en su construcción hipertextual. Los hipervínculos ayudan a conectar el conocimiento de manera diferente, tradúzcase: en red. Es una lógica diferente que está desplazando al predominio serial o monodireccional de transmisión del conocimiento que tiene otras características. Pero mis nodos, que tienden puentes a otros contenidos semánticos, son también autónomos. Cuando brincamos de nodo a nodo (lo que se conoce como surfear en la red) hay sólo de dos sopas: o perdimos nuestra capacidad de concentración o el nodo que abandonamos es pobre o no cumple las expectativas que nos propusimos como principio de búsqueda.

4) En el camino leí un gran libro: Superficiales, de Nicholas Carr una crítica elocuente y fundada a Internet que recomiendo ampliamente y que prometo retomar en un e-fragmento posterior sin comprometerme en fechas porque un aspecto de mi blog que también me encanta es su:

5) Lentitud. A pesar de orbitar en un mundo binario, de incesante flujo informativo y deformativo, aquí escribo cuando me da la gana, sin presiones de cierre ni nada parecido.

Dicho lo anterior, le doy paso a este cuento de horror en el que, por desgracia, casi nada es ficción y que también podría haberse llamado "El charcutero francés".

Lo que natura no da, silicona sí presta
DAVID GUTIÉRREZ FUENTES




Esta historia parte de hechos reales. Es probable que un lector con espíritu notarial, advierta imprecisiones en el orden cronológico de los sucesos, o incluso algunos datos magnificados por la hipérbole que toca a mi puerta cuando escribo líneas en las que están presentes los componentes del melodrama moderno: avaricia, estupidez, vanidad, tragedia, cursilería y humorismo involuntario. La realidad sólo pide misericordia y no tiene que esperar demasiado tiempo para conseguirla. En los márgenes del vértigo, porque modernidad sin vértigo no es modernidad, vagan espíritus ociosos que recolectan fragmentos de realidad para convertirla en figuraciones que le permitan alzar el vuelo, ligero, sobre eso que Fray Luis de León definió desde el siglo XVI como el mundanal ruido.

Una tarde de verano, mientras Jean-Claude Mas, charcutero de París, guardaba en el congelador de su salchichonería unos fiambres de cerdo confeccionados con Rojo-E124, sorbato de sodio y pimienta negra entera, se postró tras el mostrador mademoesille Jocelyne que acudía por una botella de vino de la casa y un trozo de foie gras. Jean-Claude, cuya formación académica no superaba un malogrado bachillerato cursado en su natal Tarbes, observó un cambio notable en la fisonomía de Jocelyne, que fue corroborado por Dadou, una escuálida mujer, responsable de la sección de “cárnicos”, con quien Jean-Claude había tenido una aventura de la que se arrepentía porque Dadou se había vuelto grosera e impertinente: “Jean-Claude, espero que las mortadelas y el vino barato que vendes te alcancen un día para comprarme unos implantes como los de mademoesille Jocelyne.”

En efecto, la joven lucía una playera ajustada que delineaba un busto firme, relevo artificial de unos pechos aniñados que recordaban algunos cuadros de Balthus. “Le venían mejor”, comentan con nostalgia algunos testigos que la conocieron antes de su cirugía en el legendario Mayo francés. Corría la década de los sesenta y es muy probable que la operación de mademoesille Jocelyne hubiera costado una fortuna porque estábamos en los albores de las técnicas de implantes de silicón.

Por aquellos días, en la antesala del dentista, Jean-Claude leyó casualmente un artículo que exponía con detalle los trabajos de dos universitarios: Thomas Cronin y Frank Gerow, pioneros, por así decirlo, de las prótesis mamarias de gel de silicona que estaban causando furor en las clases acomodadas de Francia y de otros países del mundo. Entonces tuvo una visión que lo movió al cambio: los implantes obedecen al mismo principio de fabricación que los salchichones, todo es cuestión de rellenar el molde adecuado con el material adecuado. Al día siguiente traspasó el negocio con todo y Dadou. Durante cinco años vendió medicinas tocando de puerta en puerta los consultorios médicos de París. Después consiguió empleo en los laboratorios Bristol-Myers.

En 1982 conoció a madame Lucciardi, con quien procreó dos hijos. Los contactos cosechados durante más de una década, comenzarían a rendir frutos. La visión empresarial concebida años atrás: hacer implantes mamarios es como confeccionar salchichones de puerco y una cultura cyborg en plena expansión auxiliada por la literatura y el cine, estaba punto de convertir a Jean-Claude Mas, en el rey de los implantes. Pasaba los cincuenta años de edad cuando fundó la firma cuya mala fama le dio varias vueltas al mundo: Poly Implant Prothèse, mejor conocida por sus siglas PIP.

Durante algún tiempo, las prótesis PIP eran auditadas por certificadoras que en teoría autentificaban que la calidad del recipiente y el contenido resultaran aptos para el cuerpo humano que los recibía por motivos médicos o estéticos. Pero el escándalo demostró que las certificadoras como la alemana TÜV eran tan malas como el relleno de los implantes que Jean Claude vendió por millares al grado de convertirse en el rey de la silicona. Ahora se sabe que se hacía llamar doctor por los 120 empleados de su empresa, a los que obligaba a vestir uniforme azul y portar guantes de látex, cofias y tapabocas para darle una apariencia aséptica y moderna a un establecimiento que a final de cuentas operaba bajos los principios de una tocinería de pueblo.

Henri Arion, inventor de una prótesis mamaria inflable con suero fisiológico y a quien conoció por los buenos oficios de madame Lucciardi, le enseñó a Jean Claude las técnicas para fabricar implantes. Pero tras la muerte de su mentor en un accidente aéreo ocurrido en 2004, el dueño de Poly Implant Prothèse liberó al charcutero que habitaba en su interior y le dio un giro de 180 grados al negocio de las prótesis mamarias: las rebajó a precios inimaginables al grado de que nadie logró hacerle sombra. Además, abrió una línea secundaria de testículos y glúteos artificiales.

Boquiflojo, fanfarrón, amante del juego y de la buena vida, el charcutero se dejaba ver en congresos internacionales y no dejaba de mostrarse osado ante sus “colegas” o competidores: “Vi al señor Mas en una convención médica. Me dijo que mis implantes eran basura, que mejor usara los suyos. Presionaba mucho. Parecía querer hacer cualquier cosa para aprovechar un gran mercado, de una forma muy agresiva. Vendía sus productos por debajo del precio promedio de manera que nadie pudiera competir con él”, comenta con un dejo de envidia trasnochada elcirujano francés Patrick Baraf.

El secreto de Jean-Claude estaba por supuesto en el relleno. Joëlle Manighetti, una portadora temporal de productos PIP, averiguó algunos de los componentes de la fórmula secreta: “Baysilone, un aditivo de carburantes, silopren, aislante en líneas de alta tensión y rhodorsil, un compuesto utilizado en tubos y electrodomésticos”.

Buena parte de los senos artificiales de Jean-Claude, cuyas portadoras, según algunas cifras, oscilaban alrededor del medio millón, inundaron el mercado latinoamericano. Era de esperarse el éxito extraordinario y vertiginoso. La vanidad, potenciada por una estética decadente en la que los cirujanos plásticos se convirtieron en los antipáticos héroes de la narrativa televisiva, contribuyó a que el charcutero de París se acercara a mercados en los que abrió brecha para que la mafia implantadora (cirujanos, aboneros de la salud y rufianes de la publicidad) crearan la necesidad psicológica del implante, aunque fuera de silicón industrial.

Sin embargo este paraíso mamario se reventó en poco tiempo. Joana Bolini, siempre soñó con tener pechos grandes, pero jamás imaginó que su caso se convertiría en prototipo para dimensionar la magnitud del melodrama. Un fin de semana que salió temprano de la oficina, fue seducida por un anuncio que leyó en El Clarín mientras le hacían un pedicure en una estética bonaerense: “¿Estás cansada de que los hombres se alejen de ti por el tamaño de tus senos? Te ayudamos a que crezcan. Paga tu sueño a seis meses sin intereses”. Joana todavía no terminaba de liquidar el saldo de su Mastercard, cuando una de sus flamantes prótesis se reventó como neumático. Desde entonces se convirtió en un manojo de angustia porque su sueldo de asalariada le imposibilitaba financiar una nueva operación que estaría comprendiendo remoción del producto PIP, limpieza del silicón industral derramado en su organismo y probablemente una prótesis refaccionaria de mejor calidad.

Aunque no era la regla, los productos PIP empezaron a ocasionar muchos problemas en un alto número de portadoras. Surgió el primer caso de fallecimiento por cáncer que activó la alarma social. Un numeroso grupo de mujeres y transexuales, porque habría que añadir que este segmento también fue cubierto hábilmente por Jean-Claude que prometía a los géneros en conflicto la posibilidad de modificar su anatomía mediante una amplia gama de implantes milagro, entraron en pánico al enterarse de qué clase de sustancias estaban rellenas sus prótesis. Quitárselas o cambiarlas por otras más seguras se convirtió en una demanda a escala mundial. En Francia, Reino Unido, Colombia, Venezuela, CostaRica, España, Chile y Argentina, surgieron organizaciones civiles, abogados y portadoras que expusieron un dilema que parecía de ciencia ficción: que el Estado absorbiera el costo de las nuevas operaciones. Parecía difícil imaginar que gobiernos que delegaban la inspección de procesos de fabricación de prótesis médicas a terceros, estuvieran dispuestos a ocuparse de los costos millonarios implicados en decena de miles de cirugías plásticas, entre cuyos beneficiarios, ironía del destino, se encontraba Patrick Baraf.

Y mientras ese debate tenía lugar en varios países del mundo, Jean-Claude salió libre bajo fianza después de que la justicia, durante un primer intento, trató de someterlo a ese lugarazo común que solemos llamar “imperio de la ley”. Lo cierto es que detrás del cierre de la firma, salieron a relucir filiales fantasma, paraísos fiscales y prestanombres fallecidos en circunstancias cuando menos raras. Pero esa secuela será materia de otro recolector de realidad que vague en los márgenes del vértigo. A mí, francamente, ya no me interesa.



Nota: el contenido de estas páginas  puede utilizarse en otros contextos siempre y cuando se cite al autor, se vincule la dirección si se trata de entornos de red o se cite la fuente cuando se trate de otros formatos. David Gutiérrez Fuentes. La fuente gráfica de esta entrada: proviene de Nuestra Mirada, Red Social de Periodistas Iberoamericanos. 

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