viernes, 30 de marzo de 2012

Las metáforas del mundo on line 13

“Tecnologías de la interrupción”


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Este marzo fue el mes del autorrefrito digital. He aquí otra reflexión rescatada de las profundidades binarias, aderezada con el análisis de nuevas prácticas digitales en línea de las que soy actor y observador.


Hace una semana, mientras revisaba mi correo en hotmail, apareció un anuncio en la barra vertical derecha con el siguiente enunciado: “dispárale a veinte patos y obtén tonos gratis para tu celular.” El anuncio, una animación tipo flash, muestra una serie de patos amarillos en movimiento y una mirilla para que el cazador virtual se despache a los palmípedos, de diferente tamaño de acuerdo al plano. La parte inferior de la animación, está compuesta por un contador de tiempo horizontal. Agotado el periodo, si uno no logra el objetivo, aparece un letrero que dice algo así como “inténtalo de nuevo.” Confieso que lo intenté varias veces, hasta conseguir mi meta. En la siguiente pantalla venían canciones gratis y campos para llenar y obtener tonos gratuitos para el celular. Ahí me detuve. Perdí seis minutos, aunque si el grado de dificultad hubiera sido mayor, o la posibilidad de quedarme jugando más tiempo sin pasar a una “superpromoción” resultara factible, es probable que mi tiempo de ocio se hubiera incrementado.


Hace ya varios meses, en la página de Google, apareció alrededor del logotipo un juego clásico que me trajo reminiscencias prehistóricas: packman. Podía jugarse con las flechas del teclado. Perdí dos horas e incluso olvidé los términos y el objetivo de mi búsqueda. Como el burro tras la zanahoria o algo peor.


Con AdSense y las nuevas políticas de privacidad de Google, toda esta basura distractora nos sumerge en un “ecosistema de tecnologías de la interrupción”, según las palabras del periodista Cory Doctorow, citado por Nicholas Carr en su brillante libro Superficiales y traducido por Pedro Cifuentes del original: The Shallows. What the Internet is Doing to Our Brains. Al respecto, por cierto, cabe anotar que en la primera edición en español impreso por Taurus, Cifuentes probablemente le cambió el sexo a Doctorow pues se refiere a él como la “bloguera y escritora de ciencia ficción”. Claro, cabe la posibilidad de que el error provenga del propio Carr.


El hecho es que las páginas de la red están llenas de tentaciones idiotas: test, encuestas, jueguitos, anuncios no solicitados. En los portales informativos, parece que hay un grado mayor de inteligencia, pero en sus nuevos diseños se privilegia el movimiento o la posibilidad del mismo y eso nos invita a desviar el camino del artículo que deseamos leer o la noticia que debemos consultar, a sumergirnos, en suma, en el “ecosistema de la distracción”


Reconozco que muchas horas al año las he dedicado a explorar dicho ecosistema: en los videos de youtube o los que aparecen en las páginas de varios medios que nacieron en papel y están migrando a la red. Eso me sucede sentado tras la computadora de mi casa o mi trabajo, pero si cambiara mi celular por otro con posibilidades de permanencia en línea estaría perdido. Me conozco. Sé que es lo usual y hacia allá va la tendencia. Pero a mí francamente me ponen de muy mal humor las personas que constantemente están atendiendo las necesidades de su celular, más allá de las telefónicas. El mundo en línea puede ser nauseabundo si no nos ponemos límites. Hace poco, en un artículo titulado “El gran fastidio del celular”, Román Revueltas se preguntaba en Milenio y respondía a la vez: “¿Quién sería el hombre más emancipado de la sociedad industrial avanzada o, dicho de otra manera, el individuo más libre de todo Occidente? Pues, un tipo que no necesitara tener celular, que llamara a los demás solamente cuando quisiera. Una persona que se permitiera el lujo de no recibir llamadas de nadie. Ese sujeto prácticamente no existe. Todos nos hemos vuelto esclavos. Qué fastidio.”


El articulista sólo se refería a quienes utilizan el celular para comunicarse por voz. Pero los nuevos modelos están hechos para que los usuarios, si lo desean, permanezcan en línea mientras tengan encendido el aparato.


De dos años a la fecha, existen muchísimas aplicaciones para los celulares, con los consabidos riesgos implícitos: banca en línea, reserva de vuelos, pases de abordaje, compra de boletos para cine, comunicación audiovisual, posibilidad de transmisión de archivos de audio y de video, un sinfín de juegos, acceso a las redes sociales y principalmente a Twitter que es sinónimo de celular, en fin, como reza el comercial, más lo que se acumule esta semana.


En uno de los cartones de Randy Glasbergen, viñetista que, como señalé en la entrada primigenia de este blog, aborda con sentido crítico y humorístico varios aspectos del mundo contemporáneo, y, entre ellos, la comunicación en línea y la brecha digital, se ve a un padre reclamándole a su hijo: “¡Me gasté una pasta en esta pantalla plana de 60 pulgadas y tu prefieres ver las películas en la pantalla de tu celular!” Claro, parece inconcebible pero es una práctica común que va en aumento gracias a la portabilidad del aparato. De hecho la frase Clinton ya circula por ahí adaptada a los dispositivos móviles: “¡Es el celular, estúpidos!”


Estar mucho tiempo en línea me distrae o hace que pierda mis objetivos centrales, soy presa fácil de los cebos digitales. Por eso procuro pintar mi raya cada vez que abro un navegador o mi correo electrónico y descubro “novedades” de las que me da flojera enterarme: Perengana ahora es amiga de Zutano, Petra tiene una nueva imagen que mostrar, Pancho publicó una nota en su perfil, Mengano me invita a unirme a su perfil en Facebook; si a eso le sumamos las vergonzantes cadenas que amigos con grados de doctorado me envían para que le rece plegarias a la virgen de Fátima sopena de arder perennemente en las llamas del infierno o las que dan cuenta de los peligros de un virus que hará estallar mi máquina en mil pedazos o las que me dicen que construya un refugio antinuclear por aquello de las profecías mayas, podrán intuir que mi relación con la digitalidad permanece en un margen de incertidumbre y ambigüedad; de forzado utilitarismo.


Pero no todo es queja ni desasosiego en mi relación con el mundo en línea. Prueba de ello es este blog en el que recuperé una entrevista con Edgard Morín y subí una charla que me sigue gustando con Raúl Trejo Delabre, El Homo Informáticus, término probablemente acuñado por Roman Gubern. Se trata de una larga conversación a propósito de los dilemas que nos plantean las nuevas formas de comunicación que se tejen en torno a la red y para las que no hay vuelta de hoja, gústenos o no.

Nota: el contenido de estas páginas  puede utilizarse en otros contextos siempre y cuando se cite al autor, se vincule la dirección si se trata de entornos de red o se cite la fuente cuando se trate de otros formatos. David Gutiérrez Fuentes.

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